Una de las características de mayor importancia para poder entender nuestra ciudad, tanto desde una mirada pasiva como ciudadanos, y activa como actores políticos y gubernamentales, es el concepto de excentricidad. Entendemos convencionalmente que toda ciudad tiene un centro, y por consiguiente una periferia, que puede entenderse como confín o límite. La excentricidad estaría entendida como una serie de excesos (del latín ex-cedere, “ir más allá”) que han permitido el nacimiento de más de un centro paralelo al centro tradicional de toda ciudad. Entendemos, entonces, que Lima ya no cuenta con un solo centro, si no que estamos ante una ciudad con muchos centros a la vez.
Hasta mediados del siglo veinte Lima se mantuvo como un sistema centrado. Desde su fundación, hasta mediados del siglo XIX, estuvo claramente delimitada por el trazo urbano en cuadrícula y la construcción de las murallas que la encerraban. Si bien la demolición de las murallas y la expansión de la ciudad hacia el Callao y hacia el sur forzaron su extensión y reconfiguraron su perímetro, distintos órdenes (político, administrativo, morfológico, religioso, etc.) daban al centro histórico su carácter central. Las instituciones mantenían sus sedes y edificios dentro y cerca del damero de Pizarro, y toda la ampliación de la ciudad estaba de alguna manera relacionada directamente con el centro histórico. Es justo a partir de los dos hechos urbanos antes mencionados, que Lima experimenta la situación de excentricidad: ésta es entendida literalmente, como fuerzas que aparecen cerca del límite, dinamizando y desestabilizando el centro y reconfigurando el perímetro, pero sin traspasarlo. Ésta es la primera etapa de mutabilidad de la llamada Ciudad de los Reyes. Empezaba un proceso que dejaba dilucidar el futuro debilitamiento del centro tradicional y la apertura de nuevas centralidades, principalmente en el área que más crecimiento tuvo la ciudad: el sur.
Fenómenos como la migración campo-ciudad acontecida desde los años cincuenta, que aumentó demográfica y espacialmente la ciudad con la creación de un cinturón de urbanismo emergente, la aparición de nuevas vías de circulación que articulan los nuevos espacios con los viejos, la apertura política del país al mercado internacional, entre otros, son algunos hechos que generan, en las últimas décadas del siglo pasado, un nuevo cambio en la ciudad limeña. Así, las fuerzas excéntricas logran “exceder” el perímetro. Con esto, la ciudad de Lima se desestabiliza aún más, y experimenta la aparición de nuevas centralidades, como es el caso del distrito de San Isidro por citar un ejemplo. Al exceder los límites, se quiebra el sistema e inmediatamente se genera y organiza uno nuevo, autodefiniéndose así nuevos centros y un nuevo perímetro.
Y aún más. Una nueva lectura de las dinámicas económicas y tecnológicas nos colocan en una realidad aún más compleja: la inserción de Lima en el mercado global gracias a las tecnologías de la comunicación y a la economía liberal han permitido la aparición de nuevos centros que permiten tanto una producción como un consumo que abastecen a escala global, insertándonos en una red virtual con nuevos nodos que se superpone a la red física urbana construida. Hablamos de pedazos de Lima interconectados globalmente, zonas on-line, tanto por producir bienes de consumo internacional como por consumir productos globales. Estos nuevos centros, Gamarra por ejemplo, no tienen un correlato físico en la ciudad, volviendo aún más complejo el entendimiento del orden de la ciudad, y generando una sensación de inestabilidad tanto física como cultural.
Esto, a su vez, conlleva a entender al resto de porciones de nuestra ciudad como verdaderos agujeros negros, espacios físicos segregados que no aparecen como nodos en esta red virtual económica, y que comprenden la gran mayoría de extensión urbana de nuestra capital. Así, debemos entender entonces a la ciudad no tanto como una relación de centro-periferia, si no como una relación de conectado-desconectado.
La realidad de Lima es mucho más compleja de lo que parece a simple vista y es necesario ampliar la mirada y los conceptos con que tradicionalmente se han pensado las ciudades. Entender la excentricidad de Lima en todas sus dimensiones es determinante para comprender lo que sucede en la capital de un país que es, paradójicamente, centralizado.