29/07/20

Monstruosidad

Vivimos en una época plagada de monstruos. El cine, la televisión, la literatura o la música nos generan, de distintas maneras, cierta fascinación por lo monstruoso. Personajes como Dr. Octopus, en el comic Spiderman, Los músicos Marilyn Manson o David Bowie, extraterrestres como Alien o Depredador, hasta los chicos buenos como Shrek, Monsters inc., Yoda o los X-men. Todos ellos tienen dos puntos en común: uno, son en esencia anormales, singulares, extraños e informes, y dos, se han convertido en objetos de consumo estéticos con alta aprobación por nuestra sociedad.

Pero, ¿Qué significa monstruo? Según el diccionario de la Real Academia Española, la primera acepción de monstruo es “producción contra el orden regular de la naturaleza”. La etimología del vocablo es singular: proviene del latín “monstrum” (prodigio), palabra que a su vez deriva del verbo “monere”, que significa “advertir” y “avisar”. En las culturas antiguas, la aparición de cualquier cosa diferente, extraordinaria, que pareciera violar las leyes de la naturaleza (para bien o para mal), era un aviso, una advertencia de los dioses a los hombres. Con esto, se entiende que un monstruo es algo que “se muestra” más allá de una norma, sea esta natural o creada por una sociedad (la palabra “mostrar” viene del mismo origen). Dato importante sobre esto: En ningún caso el término monstruo adquiere una connotación negativa o peyorativa. Es, simplemente, una condición, y bajo esta premisa hay que entender el presente texto.

Si echamos un vistazo a las últimas producciones arquitectónicas en el mundo, nos sorprenderemos con creaciones que pueden llevar los mismos adjetivos que las entrañables criaturas antes nombradas. Anormalidad y singularidad en edificios como el tan mencionado Guggenheim de Bilbao del arquitecto Frank Gehry, inestabilidad y dinamismo en el War museum de Daniel Libeskind, informidad en el edificio-nube construido para la Expo de Suiza del 2002 diseñado por Diller Scofidio, gigantes como los rascacielos o megaciudades, etc. En fin, hoy en día la cultura occidental está más propensa al consumo de las formas, sistemas y estructuras que tienden a la irregularidad e inestabilidad, características de lo monstruoso. Las sociedades están presenciando, igualmente, dinámicas que deforman y alteran las formas tradicionales de vida, como la legalidad de los vínculos homosexuales, los flujos inestables de la economía globalizada, los comienzos de las culturas cyborg que apuestan por la artificialidad tecnológica como el único camino de salvación para el hombre, o la desterritorialización de la vida gracias al mundo virtual y la internet, que reinterpreta el concepto de realidad, inutilizando la materia y el espacio para potencializar el tiempo, etc.

Si volteamos la mirada hacia nuestra realidad local, con toda la complejidad que carga desde cientos de años atrás, nos daremos cuenta que esa misma inestabilidad, singularidad y extrañeza, propia de los monstruos, ha sido una constante en nuestro devenir social y cultural, dado por muchos factores que han logrado construir una sociedad peruana híbrida y confusa: encuentro de culturas consolidadas, mestizaje, alienación, ambivalencia entre lo tradicional, vernacular y moderno, etc. Todo esto ha generado formas y patrones culturales de notable singularidad, extrañeza, anormalidad desde una visión clásica y tradicional y, concretamente, deformidad en todas sus expresiones. Tenemos, entonces, entre las sociedades de primer mundo y la nuestra, una característica muy particular en común: lo monstruoso, presente tanto en la ciudad de Lima, como en el resto de ciudades Latinoamericanas y en las principales megalópolis occidentalizadas.

Lima no cumple con los criterios funcionales, racionales ni estéticos propuestos por la teoría urbana tradicional. Las irregularidades topográficas que no permiten un ordenamiento racional y planificado, el crecimiento descontrolado y desproporcionado de la urbe, la emergencia de nuevos panoramas urbanos en cerros y arenales, la parcial modernización de centros urbanos consolidados, que tratan de engranarse con las periferias autoconstruidas, el estado actual de nuestros centros históricos, los problemas de redes de transporte y servicios, entre otros, son algunas de las características más resaltantes de nuestra ciudad. En el plano arquitectónico la cuestión es similar: entre la vasta yuxtaposición de arquitecturas de todas las épocas desde el barroco y los últimos vestigios de una civilización local, las edificaciones se crean entre plagios anacrónicos de un pasado prehispánico que nunca revivirá, de una veneración alienante por las revistas extranjeras de decoración que poco o nada saben de nuestra realidad, del mercado especulativo que reduce la arquitectura a áreas techadas y precios por metro cuadrado, y de una inventiva popular que, junto a la necesidad, pobreza e ingenio, logra consolidar una periferia urbana cada vez más grande e informe. ¿Por qué Lima no puede ser una ciudad normal? ¿Por qué nunca se concreta la visión perfecta e ideal que proponen los expertos urbanistas y arquitectos? ¿Es que siempre va a ser Lima desordenada, espontánea, mutable y caótica?

Lima es un verdadero monstruo urbano: gigantismo territorial, deformidad topográfica, desborde demográfico, informidad en la nueva arquitectura popular, alienación en la frívola arquitectura de clase media-alta, mutación en el reciclaje de edificaciones, mutilación den la arquitectura inconclusa de los barrios de clase media y baja, ciudad-quimera conformada con pedazos de pasado, presente e intentos de futuro, irregularidad e informidad en el sistema vial, etc, todo es expresión de nuestra compleja hibridación culturas y de nuestro sistema político y social.

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